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Carlos Gaviria. Legado de un maestro en democracia

       


Por
Jefferson Bedoya

La política cada vez más en Colombia se ha tornado en una actividad emotiva antes que racional, en esta medida la falta de debates públicos y de argumentos serios cuando pocas veces se realizan los primeros se han convertido en característica de nuestro sistema político. Ante la crisis de la democracia, de la ética y la libertad surge como esos libros que de cuando en vez llegan a nuestras vidas para darnos una lección, la figura de Carlos Gaviria, cuyo legado a siete años de su muerte cobra especial sentido, sus enseñanzas que entonces resonaron en atentos auditorios universitarios, en sus históricas sentencias y en tantos espacios donde brilló su inteligencia, hoy más que nunca le hablan a la presente realidad de nuestro país.

Luego de las pasadas elecciones presidenciales y parlamentarias, ha quedado en evidencia que la política sigue siendo una actividad absolutamente y justamente desacreditada, como lo diría Gaviria, cuando esta debería ser la más noble de la esfera humana, pues en ella confluyen el pensamiento y la búsqueda de mejores sociedades donde podamos convivir con el otro de manera civilizada.

Para cambiar el paradigma político la educación es indispensable, esta expresión de hecho es estribillo de todo discurso político, preforma siempre presente, pero sin mucho contenido, educar en democracia, en cambio, le agrega a la frase cierta novedad, dando por sentada la necesidad de educación con cobertura y calidad como lo dicen los planes, proyectos e indicadores de las entidades públicas, es también necesario formar en democracia, educar para la toma de decisiones colectivas, lo contrario, el poder decidir en democracia a través de mayorías poco formadas es terreno fecundo para el estado de opinión, y una práctica terrible para el estado de derecho y para la construcción de sociedades justas.

En una sociedad con deficiente acceso a educación de calidad como la nuestra, tan susceptible a estratagemas publicitarias, al marketing, a las promesas relucientes, pero poco realizables, resulta prioritario educar para la democracia, promover ciudadanías racionales que sepan con claridad qué es aquello que les conviene. Como lo diría Benjamín Ergert “la ilustración es el primer derecho del pueblo en una democracia”, y lo es porque solo con ella se legitima este sistema de gobierno, sin educación, referendos, plebiscitos, consultas populares, y en general los diferentes mecanismos de participación ciudadana no son más que instrumentos susceptibles de transformarse en legitimadores de intereses sesgados.

En las pasadas elecciones quedó en evidencia no solo la falta de criterio de muchos votantes sino también que, como lo decía Gaviria “se han hecho más esfuerzos en Colombia por simular democracia que por construirla”, por eso la realidad actual se plantea como una oportunidad para generar discusiones en torno a los debates más importantes que enfrentará el país, con discusiones racionales, tejidas sobre argumentos y no precedidas por el dogmatismo ideológico, que reconozcan el valor del pluralismo y de la diferencia, en las que se identifique en el otro un individuo que tiene ideas diferentes, un válido adversario antes que un enemigo. Hacen mucho daño quienes en nombre del cambio establecen fanatismos, quienes pretenden imponer una versión única y para ellos superior sobre las demás, si algo nos enseñó el siglo XX es que existe el despotismo de las mayorías. Los mezquinos intereses y los fanatismos reeditados no pueden ser lavados en el agua lustral de lo alternativo.

Finalmente, el legado de Gaviria también pregona la ética como presupuesto para el ejercicio político, él quien estudió la política como idea pero también la vivió, en esta esfera nunca supo presentarse como no era, impostar como él lo llamaba, auténtico y valiente decía aquello que pensaba aún pagando el costo de la sinceridad en un mundo como el político donde se suele y se sugiere fingir, Gaviria no aprovechó su traje de diferente, de perseguido, para hacer impunemente lo que en otros cuestionaba, muy por el contrario quienes lo conocieron de cerca afirman que en lo público y en lo privado fue un hombre profundamente ético, demostró con su conducta que es posible una ética ciudadana.

  

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